Esta entrada surge al reflexionar sobre mi papel como madre en el parque, a raiz de leer la entrada de Armando Bastida en "Bebés y más" y los comentarios a ésta. Iba a comentar yo también, pero viendo que el tema me daba para más que un simple comentario, he preferido traerlo al blog hoy. El post original de Armando lo podeis leer aqui.
Si habeis leido la entrada y los comentarios, todos dan por hecho que hay dos posturas en las que estar en un parque infantil: o bien jugando con los niños a la pelota, todo el rato pegado a los niños y haciendo castillitos de arena o bien de cháchara pasando de tus hijos y ni te das cuenta si se descuernan o van de abusones por el parque. Así pues Armando se pregunta hasta qué punto tiene él que educar a los hijos de los del segundo grupo de padres.
Os explico lo que yo creo que es mi papel en el parque. Yo defiendo y vigilo a mis hijas, evito que les peguen o que peguen ellas (que no son santas de altar), que se descuernen... con la pequeña de año y medio eso se traduce en que voy detrás toda la tarde. Pero a la mayor, de casi cuatro, le dejo más cancha, que aprenda a lidiar sus conflictos. Como digo, no voy a dejar que le hagan daño ni que haga daño a los demás, entonces intervengo, pero creo que los niños tienen que aprender a relacionarse entre ellos sin la sobreprotección de los adultos. Yo si las llevo al parque mucho, con el buen tiempo a diario, para que jueguen al aire libre y se socialicen con otros niños, y la socialización, no lo olvidemos, incluye tanto los juegos como la resolución de conflictos.
Mi Sara tiene su grupo de amigos del parque (los hijos de los mojilitros, que ya he hablado de ellos). Observar sus juegos en la distancia es una oportunidad de ver qué papel juega mi hija en el grupo. Si siempre intervienes en sus juegos te pierdes la posibilidad comprobar si tu hijo/a es de los que abusa, de los (en el caso de las niñas más) van de mamá del grupo, de los que son unos acusicas, de los que chinchan y chinchan hasta que el brutote del grupo le arrea un mamporro, de los que arrean el mamporro a alguno por cansino, de los que dan pellizquitos por lo bajinis... ninguno es un santo y es bueno ver cómo se manejan. Yo sé más de Sara por observar cómo juega con sus amigos que por ver cómo juega conmigo, conmigo siempre los juegos son dirigidos y no es una relación entre iguales, jugando conmigo sé cómo juega conmigo, viendo cómo juega con los amigos veo actitudes que con los padres no aparecen nunca. Así conozco mejor a mi hija. Así, en el mismo momento si se trata de algo grave, o después de camino a casa mientras comentamos como ha ido la tarde, tengo la posibilidad de corregir actitudes que no creo que sean correctas o de elogiar las que sí me han gustado.
Respecto a si tengo yo que educar a los hijos de los demás...pues depende. Si van ha hacer daño a mis hijas o algún otro niño desde luego sí que intervengo, si el padre o madre después se molesta pues lo siento, no voy a dejar que un niño haga daño a otro. Pero la verdad es que nunca me he encontrado en la situación que nadie se haya molestado por eso. Si son padres que pasan de sus hijos, no van a estar mirando. Y los que si han intervenido siempre ha sido para corregir a sus hijos en el mismo sentido que lo hacía yo. Si están haciendo algo que yo no dejaría hacer a mis hijas pero es más ambiguo, pues no intervengo (p.e. romper a propósito su juguete).
Esto en cuanto a chiquillos desconocidos. En cuanto al grupo de amigos de mi hija les corrijo en la misma medida que corrijo a las mías y espero que los padres de sus amigos corrijan a mis hijas con el mismo criterio que harían con los suyos. Evidentemente cada uno suele corregir a su hijo, que para eso estamos pendientes, pero es posible que algun padre o madre vea algo que yo no he visto, o al revés, yo veo algo que su padre/madre en ese momento no ha visto, y en ese caso intervenimos aunque no sea nuestro hijo al que haya que corregir. Así que si venís al parque, es posible que a primera vista nos cataloguéis en papás/mamás de banco, aunque en realidad lo que pasa es que siempre hay alguien pendiente. Es la ventaja del grupo, como en las manadas de la sabana. Los niños tienen la sensación de jugar con libertad aunque siempre estén viglados y si ocurre algo se da la voz de alarma y se interviene.
Si vamos a otro parque sin este grupo o coincide que aún no han bajado los amigos de Sara dirijo el juego más, porque sólo tengo dos ojos y dos manos y tengo que estar yo sola pendiente de dos niñas pequeñas, no les puedo dejar la sensación de libertad a la que están acostumbradas y tanto valoran.
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