Pues que tengo un poco abandonado a mi Leo en el blog (sólo en el blog, que quede claro). La verdad es que Leo ni por comportamiento ni por su estado de salud me preocupa ahora mismo, y como con Sara sí que ha habido cosas que me han preocupado, ha ocupado más espacio en el blog (y en mi cabeza).
La semana pasada fui de visita al veterinario con Leo. Visita rutinaria y vacuna de la rabia. Y fui sola aprovechando el rato que Sara estaba en la guardería. Pues vaya cosa pensareis. Pues si, pero es que desde que tuve a Sara, esto tan rutinario de llevar al Leo al veterinario era una historia, porque el local tiene una tirada de escaleras para subir bastante apañada. Ir con Leo y el carro imposible, ir con Leo y Sara en la bandolera, subir bien pero ¿y si me tira por las escaleras al bajar? que Leo ronda los 40 Kg de animal. Descartado. Así que siempre tenía que ir acompañada, la época que hemos tenido que ir cada 48 horas para pincharle ha sido una odisea, así que la semana pasada me sentí bastante liberada al poder ir yo sola al veterinario sin acompañante.
Como os digo Leo está fenomenal, ha perdido algún kilito y todo, Iñaki le revisó para ver si había alguna herida que no hubiésemos visto en casa y todo en orden, cruzaremos los dedos a ver cuánto nos dura. Mi Leo se merece un tiempo de disfrutar un poco de dejar de ver agujas y soportar curas dolorosas. El verano le ha sentado muy bien, y eso que lo dejamos en una residencia canina los días que estuvimos en León. Y estos días que Miguel está recogiendo almendra el está viviendo sus vacaciones particulares. En el campo zascandileando, llega cansadísimo a casa, con una cara perruna de felicidad indescriptible. Esperemos que dure un tiempito este oasis de alegría y tranquilidad.
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